Palabras sin hechos

Era su último día de trabajo en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, había trabajado como intérprete 15 años y sentía que necesitaba cambiar de trabajo e incluso de ciudad, quería volver a Europa. Era una sesión de las muchas en las que había participado, un representante de un país pobre estaba en el estrado y los demás representantes no le hacían ni caso. Normalmente no solían ni acercarse a la sala cuando alguien así tomaba la palabra pero ese día por la tarde iba a empezar una cumbre con los países más ricos y se veía mucho movimiento por todas partes.

 

El ponente estaba denunciando el abandono de su país por parte de los organismos internacionales, a nadie le importaba que estuvieran en guerra desde hacía 20 años ni que la población tuviera una media de vida de 26 años. La mayoría de los niños morían al nacer y los que sobrevivían no lo tenían mucho mejor, un futuro lleno de hambre, enfermedades, violencia y muerte. El país tenía recursos suficientes para vivir bien, si alguien les ayudaba, incluso tenían petróleo, algo por lo que los países sí mostraban interés. Precisamente la situación en la que estaba el país era provocada por las grandes multinacionales extranjeras que controlaban todos los recursos sin que los beneficios llegaran a la población. Para ellos era más importante administrar la riqueza del país que ayudar a la población. Si consiguieran la paz y la estabilidad puede que también quisieran gestionar su riqueza y a eso no estaban dispuestos a llegar.

 

El que hablaba era un señor mayor que se veía desesperado y tan conocedor de la situación que no veía ningún futuro esperanzador. Estaba a punto de acabar cuando los demás presentes en la sala empezaron a escuchar un discurso diferente, la voz monótona del intérprete se había vuelto más enérgica y les estaba diciendo todo lo que en esos 15 años no había podido. Aprovechó su último día y la sala llena de gente para decirles a los que en teoría velaban por el mundo todo lo que pensaba de ellos. Enseguida llegó un guarda de seguridad que le invitó a abandonar la sala, cuando iba a salir del edificio para no volver nunca más alguien le dio una palmada en el hombro, era el conferenciante que le tendió la mano para saludarle y darle las gracias por su ayuda. El mundo seguía siendo una mierda pero él se sentía más ligero.

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Hay historia antes de Kennedy

Tenía 53 años y no había salido nunca del estado de Indiana, su marido siempre le prometía unas vacaciones memorables pero nunca cumplía su palabra. Por fin este año iban a salir de Kokomo para viajar miles de kilómetros, iban a cruzar el Atlántico hasta otro continente, hasta Europa. Al principio no sabía exactamente dónde ir en Europa pero al final se decidieron por Italia, a su marido le gustaba la comida italiana y a ella le había encantado la película Vacaciones en Roma, precisamente la capital del antiguo imperio iba a ser su primer destino.

 

Cuando llegaron al aeropuerto pasaron a formar parte de un grupo de turistas venidos de diferentes partes de EE. UU., ellos iban a ser sus compañeros de viaje y para reconocerlos les habían dado a todos una pegatina para ponérsela en la solapa con el nombre de la agencia de viajes y un espacio en blanco por si querían poner el suyo. Ya había algunos Pat, Carolina, Mike, por allí así que ellos hicieron lo mismo. Los dejaron en el hotel y les aconsejaron que durmieran algo porque iban a ser unos días muy moviditos.

 

Al día siguiente empezaron la ruta por Roma, su primera parada, el Colosseo. Al bajarse del autobús les dieron a todos una especie de radio pequeñas con auriculares, por ahí escucharían las explicaciones de la guía sin que esta tuviera necesidad de gritar. Su marido pensaba que era una plaza de toros pero según la guía se parecía más a los modernos estadios de deporte aunque aquí la gente también muriera. Seguramente habrían visto alguna réplica en las películas de romanos como Gladiator. Claro, ellos habían visto la película, así que era allí donde la gente luchaba contra leones. La guía les explicó que no solo luchaban contra leones o contra otros hombres, a veces llenaban la parte central de agua, metían barcos y hacían batallas navales. Era difícil de imaginar viendo como estaba ahora pero lo tenían muy bien organizado, la entrada era gratis aunque todo el mundo tenía su sitio, unos sentados y otros de pie. A más de uno del grupo le habría gustado ver un espectáculo de esos, a ella no.

 

Cuando acabaron con las fotos salieron y se dirigieron al Foro. Esa parte no les gustó mucho, solo había piedras, estaba todo destruido y empezaba a hacer calor. Se sentaron a la sombra, cerca de una fuente y oyeron las explicaciones de la guía intentando visualizar los diferentes templos que formaban parte del centro de la ciudad en una época muy lejana. Su marido le comentó que sería mucho mejor si quitaran todo eso y construyeran algo que la gente pudiera visitar, no tendría que ser muy difícil volver a construir los templos. La guía vio que no había mucho interés en ese lugar, el número de fotografías indicaba el nivel de interés de los turistas y ahí casi nadie estaba retratándose.

 

Se subieron al autobús y bajaron en una plaza al lado de una iglesia. Había una fila de personas para entrar en la iglesia, la guía les comentó que esa gente no estaba en fila para entrar en la iglesia sino para sacarse una foto metiendo la mano en la Bocca Della Veritá que estaba en el pórtico, la que salía en la película que tanto le gustaba de Hepburn y Peck. Como había más gente que había visto la película y querían hacerse la foto, la guía tuvo que retrasar la visita al Circo Máximo o incluso cancelarla según el tiempo que estuvieran allí esperando para meter la mano en una tapa de alcantarilla. Ella estaba encantada, por fin hacían algo interesante. 

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El gran circo estelar

Hace unas semanas, con la presencia del circo en mi ciudad me decidí a cambiar de vida y unirme al mayor espectáculo del mundo. El problema empezó antes de acercarme al recinto, no sabía muy bien dónde dirigirme ni si debía llevar mi CV, seguramente a ellos mis trabajos anteriores no les importaría nada. De todas formas, decidí llevarlo porque era una manera de darles mis datos personales para poder estar en contacto.

 

Cuando llegué a la taquilla pregunté por algún responsable de personal con el que pudiera hablar para trabajar allí. La mujer que vendía las entradas se me quedó mirando con cara extrañada pero con una medio sonrisa al mismo tiempo. Me mandó a la tercera caravana donde llamé a la puerta y un señor muy amable salió a escuchar mi petición. Parecía como si todos los días se les acercara gente pidiendo trabajo, de una forma muy natural me empezó a preguntar qué es lo que quería hacer en el circo, si tenía alguna habilidad especial que se pudiera mostrar en público.

 

Mientras hablábamos caminamos por el circo donde algunos artistas estaban ensayando sus números. Yo le dije que habilidad especial no tenía ninguna, sabía hacer malabarismos con tres pelotas pero para ese nivel era un número reducido. Tenía vértigo así que lo de andar por un cable a varios metros de altura o tirarme de un trapecio a otro quedaba descartado. La elasticidad tampoco era mi punto fuerte, me costaba dios y ayuda tocarme los pies sin doblar las rodillas así que no me podía unir al número de la gran Verónica. Estas cosas hay que empezar de pequeña, ya era tarde para conseguir fumar un cigarro sujeto entre los dedos de los pies.

 

La cosa se complicaba aunque siempre quedaban los animales, Mario, que así se llamaba el señor, me preguntó si me gustaría trabajar con ellos. Yo le confesé que desde que se murió mi periquito cuando yo tenía 11 años no había tenido más animales en mi casa, aunque a él a veces le daba de comer granos de alpiste con mi lengua. Eso no le impresionó mucho y por un momento me pareció que me miraba con cara de lástima. Para trabajar con los animales tendría que estar muchos años conociéndoles antes de poder salir a la pista. La idea de meter la cabeza dentro de la boca de un león no me motivaba mucho, ni tumbarme en el suelo para que un elefante pasara por encima de mí sin pisarme.

 

En ese momento aparecieron dos payasos con la cara pintada pero vestidos con chándal. Yo no dije nada pero Mario se vio obligado a explicarme que para meterse en el papel tenían que maquillarse pero no se vestían hasta la hora de salir a escena. Le confesé que los payasos eran bastante intrigantes, no llegaban a darme miedo pero los veía como posibles psycho-killers y normalmente sus números no eran muy graciosos. ¿Cuántas veces te puedes reír de alguien al que le han tirado una tarta, le quitan la silla para que se caiga al suelo o le mojan la cara con agua salida de una flor prendida en la solapa?

 

Ya habíamos acabado nuestro paseo por la carpa y las caravanas cuando me di cuenta de que a lo mejor el circo no era mi sitio. Mario muy amablemente me dijo que si ese era mi sueño no tenía que dejar de intentarlo. Le esperé fuera de su caravana mientras él entraba y salía con un gran libro, en el libro estaban reflejados todos los números más importantes del circo durante toda su historia, igual allí encontraría la inspiración para mi número circense y en los próximos años que volvieran ya podría irme con ellos. Ahora mismo me he comprado un juego de cuchillos y estoy ensayando en el pasillo, todavía no he convencido a nadie para que se ponga dentro de la silueta donde no tiene que ir el cuchillo. 

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Peligros del rosa

Siempre hay asociaciones en todos los países que protestan contra diferentes géneros cinematográficos: terror, erótico, gore, etc. pensando en la mala influencia que pueden tener sobre la gente, pero no hay género más peligroso y contra el que nadie lucha como la comedia romántica. Las películas románticas pueden tener un efecto terrible en los espectadores, con consecuencias difíciles de imaginar.

 

Hacen que vivamos en un mundo de fantasía pero por otra parte nos hacen creer que eso mismo nos puede pasar a cualquiera, nada más lejos de la realidad. Nadie va a sacarte del trabajo en sus brazos mientras tus compañeras aplauden, ni el vecino que ha comprado el piso del 5º se parece a Gerard Butler y va a caer rendido a tus pies la primera vez que os encontréis en el portal. También hay que ser realistas y pensar ¿acaso yo me parezco a Mónica Belucci? Esto es una pregunta retórica que no necesita contestación.

 

No estoy a favor de prohibir nada pero lo que sí haría sería poner un cartel antes de todas las películas de este género advirtiendo al espectador que lo que va a ver es tan verosímil como cualquier película de Alien. Hay que elegir entre vivir en la cruda realidad o seguir engañada esperando vivir un momento pastelón. 

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Subastas y sorpresas

 

Había adquirido en una página de subastas por Internet un disco duro extraíble. Las subastas por Internet no tenían tanto glamour como las de Christie’s pero eran más asequibles y más cercanas al común de los mortales. No era fácil conseguir el artículo que querías porque siempre había alguien que en el último segundo sobrepujaba y te dejaba con cara de tonto mirando la pantalla. Esta vez había tenido suerte y en unos días le iba a llegar el producto desde Ucrania.

 

Le avisaron desde la oficina de correos de que su paquete había llegado y fue a recogerlo esa misma mañana. Cuando llegó a casa conectó el disco duro al ordenador y en la pantalla apareció el nuevo elemento. Pinchó en él y vio que no estaba vacío del todo, tenía una carpeta que por el nombre no tenía ni idea de lo que era porque estaba escrito en ruso. Entró en la carpeta y encontró una serie de documentos de los que tampoco entendía nada pero que copió en un CD y lo guardó en el cajón de su mesa.

 

Unos días después recibió una carta desde Ucrania escrita en inglés, le pedía perdón por no haber borrado todo el disco duro y le aconsejaba que borrara la carpeta porque no servía para nada. A él se le disparó la imaginación al leer la carta y empezó a pensar en agentes secretos y conspiraciones políticas, si la carpeta como el vendedor decía no tenía ninguna importancia ¿por qué le había mandado una carta?

 

Quizá lo mejor sería hacerle caso y deshacerse de la carpeta pero quería descubrir lo que eran aquellos documentos antes de hacerlo. Un amigo suyo estudiaba inglés en una academia donde se impartían clases de infinidad de idiomas, entre ellos el ruso, así que un día fue para hablar con el profesor de ruso con la excusa de apuntarse a su clase. El profesor le explicó en qué consistía el curso y los contenidos que iban a ver y él le dijo que su mayor interés era la traducción de papeles como los que tenía en ese momento.

 

Sacó de su mochila unos papeles y le entregó uno de ellos al profesor esperando ver en su cara un gesto de asombro y terror al leer lo que contenía. Pero el profesor acabó de leer la página entera y su cara no cambió en ningún momento, al devolverle el papel le preguntó: “¿De verdad te interesa el campeonato de dominó para mayores de 65 años?” Él intentó buscar una respuesta mientras metía de nuevo los papeles en su mochila y salía de la academia. Su vida como espía había acabado.

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Blanca y radiante

Una boda en la catedral de la ciudad donde son pocos los elegidos y muchos los aspirantes a poder casarse en ese marco incomparable. Ellos lo habían conseguido, estaban apuntados en la lista desde hacía tres años, tenían hora para casarse el 2 de junio de 2007 y así se lo comunicaron a todos sus invitados. Ella llevaba un vestido blanco con una cola de 2 metros, ideal para las fotos en las escaleras de la entrada, él iba con un traje oscuro y un chaleco dorado a juego con el retablo del siglo XV que preside el altar mayor. Se diría que la catedral era la protagonista de la boda pero después de los esfuerzos por casarse allí y el dinero que eso valía tenían que sacar el mayor provecho posible.

 

La ceremonia ya había empezado, la novia había caminado por el pasillo del brazo de su padre mientras que alguien cantaba el Ave María, uno de los éxitos de todas las bodas, acompañada por un violín. Todos los invitados iban con sus mejores galas como se habían encargado de especificar los novios en las invitaciones, nada se dejaba al azar. Predominaban las pamelas sobre los tocados y los trajes chaqueta de color rosa palo. Eso era lo malo de ir vestidas a la moda, después de gastarte 1800 € veías como la tía abuela del novio llevaba el mismo traje que el tuyo.

 

Estaban llegando al momento cumbre, donde el celebrante les preguntaba si se querían el uno al otro tanto como para vivir juntos para siempre no importara lo que pasara. Fue entonces cuando salió una voz disonante de entre el público, alguien se había levantado, una mujer. Todos se giraron con cara de sorpresa aunque no más que la de la novia que estaba con la boca abierta.

 

– No puedes casarte con ella. Me dijiste que me querías y yo también te quiero.

 

Ante el estupor inicial, la gente empezó a murmurar y mirar a la mujer y a los novios esperando su reacción, parecía un partido de tenis. La novia preguntó al novio quién era esa mujer y él no acertaba a articular palabra cuando la mujer siguió hablando.

 

-Ya sé que esto es lo que se supone que debes hacer pero no puedo dejar que lo hagas, vamos a tener un hijo. Sí, estoy embarazada.

 

Ahí es cuando todo se desmadró, el hermano de la novia quería pegar al novio, la abuela se desmayó del disgusto, la novia se puso a llorar y salió corriendo hacia la sacristía, el novio intentó seguirla pero estaba rodeado de varias personas que le pedían explicaciones. La mujer aprovechó el tumulto para salir de la catedral, se puso sus gafas de sol y se alejó sonriendo, le encantaba montar esos numeritos en esas bodas tan cursis.

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Yo ya no llevo eso

Otra mañana más esperando en una fila para poder conseguir una tarjeta que me identifique como visitante en el edificio del gobierno. Me da la sensación de que me paso la vida en filas: para comprar, para pagar, para coger el autobús, etc. Es como estar viviendo en la URSS. Hoy después de decirle a la empleada al otro lado del mostrador mi DNI, me da una tarjeta azul que no solo señaliza que soy visitante sino la zona a donde voy.

 

Voy andando a paso ligero por los pasillos porque como siempre ya llego tarde. Paso por las máquinas de bebidas y diferentes cosas para comer donde siempre hay gente charlando amigablemente y me dirijo a la sala donde trabajo. Entro y no hay nadie, normalmente hay algunos que llegan tarde y en raras ocasiones he llegado la primera pero esta vez no solo no hay gente, sino que no hay nada, ni sillas, ni mesa, está completamente vacía.

 

Salgo y voy en busca de alguien que me diga dónde están todos y porqué no me han dicho que nos iban a trasladar. Empiezo a subir escaleras y llego al mostrador de información del departamento que organiza mi trabajo. La encargada tiene unos auriculares en la cabeza de los que salen un micrófono para poder hablar por teléfono, ahora mismo está hablando con alguien conocido por el tono de voz y la conversación. Espero a que acabe y me dice que ella no sabe nada, que no es su competencia y llama a otra persona, esta última tampoco sabe nada, ella se encargaba antes de eso pero ya no. Después de hablar con cuatro personas más, no conseguir nada y perder 20 minutos, decido buscarlos yo sola.

 

El edificio es enorme y va a ser una tarea complicada pero ya que estoy allí lo intentaré. Empiezo a andar por un pasillo y descubro unas pequeñas escaleras, subo por ellas y encuentro una puerta que da a un gran hall, elijo entre tres posibles caminos y voy por uno de ellos. Esto parece una prueba de un concurso de televisión, solo tengo 5 minutos para encontrarlos. Abro la última puerta del pasillo y me encuentro con una sala enorme llena de chinos, ellos me miran con temor. Le pregunto a uno de ellos sobre mi grupo y no me responde, tiene miedo incluso de mirarme. Una mujer que parece más valiente me dice que no saben nada, ellos no salen nunca de esa sala. Le pregunto por lo que están haciendo y me contesta que hacen el trabajo que los funcionarios no hacen. Ellos están trabajando todo el día para que los demás puedan tomar café, leer el periódico, hablar por teléfono, etc. Miro el único cartel que hay en las paredes y reza “Un país en marcha con el esfuerzo de todos”.

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Castle Howard

Estábamos en York en casa de una amiga que habíamos conocido el día anterior, la verdad es que era amiga de una de las del grupo y nos alojábamos en casa de sus padres porque ella vivía en Londres. Ella era la guía y como nadie habíamos estado antes por esa zona, nos dejábamos llevar como corderitos. Ese día tocaba visita a Castle Howard, era una casa (por llamarlo de alguna manera) tan grande, que los dueños vivían en una parte y el resto lo tenían abierto para las visitas, con el dinero que recaudaban podían conservarlo. Tenían visitas guiadas, cafetería, tienda.

 

Allí estábamos nosotras, después de pagar las 5 libras de la entrada, junto a los demás visitantes, escuchando las indicaciones de la que iba a ser nuestra guía durante la visita. Empezó contando las magnificencias de la familia propietaria, su historia y demás. Empezamos a recorrer los salones llenos de muebles antiguos, uno tras otro parecían todos iguales, hasta que una de mis amigas me dijo: “Esto es un poco aburrido, ¿no? ¿Por qué no hacemos algo para que la visita sea más entretenida?” Yo le pregunté en qué estaba pensando exactamente y me contestó: “Podíamos hacer una especie de apuesta, la que salga con algo de la casa, un recuerdo no comprado en la tienda, gana.” “¿Estás pensando en robar algo? No me lo puedo creer, no cuentes conmigo.” No me dijo nada más y siguió andando con una sonrisa maliciosa.

 

En una de las habitaciones nos encontramos con un grupo de gente que tenía el privilegio de poder estar al otro lado del cordón de seguridad, parecían amigos de la familia, no por su aspecto, una de ellas iba descalza y no muy aseada, sino por el detalle de andar por donde quisieran. Además iban con un par de perros a los que les gustaba más nuestra compañía que la suya. Después de pararnos para que cogieran a su perro y sonreírnos mutuamente lo más falsamente que podíamos, seguimos nuestro camino. Miré a mi amiga y pude ver en su expresión que ya tenía el objeto de la apuesta, había aprovechado el incidente del perro para coger algo, me quería morir de la vergüenza al pensar en lo que pasaría si nos pillaban.

 

Pasamos por otra estancia donde había unos recuerdos de cuando grabaron la serie Retorno a Brideshead, Castle Howard era Brideshead. Eso me interesaba más, había unos espejos con bombillas alrededor donde se supone que se maquillaban los actores, ropa y algunos objetos más en una habitación con varias fotografías de la serie por las paredes. Aquí no había ningún cordón de separación y con el corazón latiéndome a cien por hora y las mejillas más rojas que un tomate, cogí un reloj de bolsillo y lo metí en el bolso. La guía estaba entretenida diciendo a unos que estaba prohibido sacar fotos así que no me vio.

 

Cuando acabamos la visita, nos dejaron cerca de la tienda y de la cafetería por si queríamos seguir consumiendo, yo solo quería salir de allí lo más rápido posible por si tenían cámaras de seguridad y venía medio Scotland Yard en mi busca. Nos metimos en el coche y le pedí a mi amiga que me enseñara lo que había cogido. Ella me juró que no había cogido nada, que solo había sido una broma, yo saqué el reloj del bolso y se lo enseñé sin decir una palabra. “¿A qué ha sido más divertida la visita así?” me preguntó mientras las demás se echaban a reír. Era una delincuente en un país extranjero, ¿sería ese el reloj de Jeremy Irons? 

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Cara o cruz

Le costaba mucho decidirse, se lo pensaba todo demasiado para después, en algunas ocasionas, sentir que había elegido mal. Ir de compras, elegir la comida en un menú, decidir si iba o no a un viaje, todo era muy complicado y la vida estaba llena de elecciones así que un día se planteó la idea de usar una moneda. Tan simple como cara o cruz, la moneda decidiría por ella.

 

No le había ido tan mal si olvidamos cuando sacó la moneda delante de Jon para decidir si salía o no con él. No se lo tomó muy bien y se fue del bar donde estaban con una expresión de enfado en su cara. Igual lo tenía que haber hecho en el baño y no delante de sus narices. De todas formas la moneda había decidido que no era el momento, aunque él se fuera antes de saberlo.

 

Si la vida estaba planificada anteriormente, si el destino nos guía y no podemos hacer nada o muy poco para cambiarlo, ¿qué más daba que una moneda dijera lo que debía hacer? Eso sí, aunque no estuviera muy convencida, siempre tenía que hacer lo que la moneda indicara, no valía cambiar de opinión después, esas eran las reglas del juego.

 

Ahora estaba delante de una carta en la que le ofrecían un puesto como profesora de español en Nueva Zelanda, todo el mundo le había dicho que se lo pensara, que aceptarlo significaba un cambio radical en su vida. No había nada que pensar, solo coger la moneda y tirarla al aire.

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Babylon

Se está preparando para salir esta noche, va sacando camisas negras y probándoselas ante el espejo. Cualquiera diría que todas las camisas son iguales, pero no, cada una tiene algo especial, algo que la hace única a parte del precio. Ya va por la cuarta y no le ha convencido ninguna, quiere estar espectacular, como siempre. Durante el día también es un ganador, es el mejor en su trabajo y está pensando en irse a la gran ciudad a probar suerte aunque, por mucho que le pese, le aten muchas cosas para quedarse donde está.

 

Le gusta vivir la vida hasta las últimas consecuencias, disfrutando de todo lo que le ofrece y evitando responsabilidades que le conviertan en la persona que no quiere ser. Cuando entra a la discoteca todo el mundo le mira con admiración y se rinde a sus pies, algunos literalmente en el “back room”. Se acerca a la barra donde están sus amigos y habla con ellos mientras echa un vistazo a la mercancía. De repente cruza la mirada con un moreno musculoso que le sonríe desde la distancia y sin más señas ambos se dirigen al cuarto oscuro. No hace falta hablar, cada uno sabe lo que tiene que hacer y no les molesta la compañía de otros haciendo lo mismo.

 

Ahora está en la pista bailando con su mejor amigo. Desde que tiene pareja no sale tan a menudo pero esta noche estaba solo en casa y le apetecía salir un rato. Su amigo le pregunta si va a hacer algo especial por su cumpleaños pero él no quiere ni hablar del tema, el paso del tiempo no lo puede soportar, no quiere envejecer. Decide aprovechar cada momento que le queda antes de que lo dejen de desear y se va a casa con una pareja que bailaba a su lado mientras su amigo le grita: “Siempre serás joven, siempre serás guapo. Eres Brian Kinney.”

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